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En su expresión más elemental, ajena a contextualizaciones específicas, el personaje que Rolo Fernández recrea en sus obras podría parecer una criatura de un cuento ilustrado para niños. Pero nunca es solo el personaje: siempre hay un plus que se manifiesta en paisajes, acciones, actitudes… Y luego se consolida un símbolo, una metáfora, un concepto.

Sería fácil darle a este ser, con el pelo largo bien arreglado y una cara tranquila, muchas implicaciones y roles. Que no tenga boca (o no se distinga) nos invita a creer que es mudo. Que esté desnudo (o aparentemente desnudo) podría ser una declaración de esencialidad frente a la complejidad del universo. Que tenga la capacidad de transfigurarse en una criatura marina, o pueda caminar entre cometas, o alargar sus extremidades... implicaría una sobrenaturalidad sugestiva.

Pero todas estas son conjeturas. Lo cierto es que el personaje es el epicentro de situaciones y conflictos disímiles. Las cosas pasan, te pasan a ti. O hace que sucedan. Pero siempre él, sólo él. En la soledad parece estar el misterio. Desde la intimidad de ser todas las preguntas comienzan, se aventuran algunas respuestas.

Alter ego o amigo imaginario, el chico de Rolo Fernández es el eje de una reflexión más o menos sutil sobre el mundo. Él nunca es la criatura inocente que parece ser. De hecho, nadie es completamente inocente.

 

- Yuris Nórido, crítico de arte cubano.