Mutant

La descarada exhibición de belleza María Lightowler -comisaria de arte-. Ningún plan es un plan, y así es como comienzan las pinturas de Daniela Achoyan.  Formado en diseño gráfico y con la pericia que solo proviene de años de experiencia en el entrenamiento del ojo, este propósito de dejar fluir la intuición y dar espacio a la improvisación surge porque la estrategia ya forma parte del trabajo propio del artista, ante cualquier racionalización del proceso.  Pocas veces es posible presenciar un concurso estético tan feroz y apasionado como en la superficie de cada una de las obras de Achoyan, donde la abstracción y la figuración, el vacío y la saturación, el silencio y el ruido, entre otros binomios, luchan impunemente.  La pincelada no es suelta, sino fluida. Sigue su propio camino y gira alrededor de una composición que se contiene a sí misma. Los colores se combinan y ciertos planos de color, muy bien dosificados, dan un enfoque formal a la escena que es fresco y libre. La paleta de Achoyan se mueve en un arco amplio, aunque está delimitada por una dirección específica que no se deja al azar. Sin embargo, el artista le da al color una libertad razonable que le permite moverse con la naturalidad que requiere el proceso. Es obvio que el tiempo se dedica a observar, por lo que la ejecución de cada decisión tomada es lo suficientemente contundente. No es un proceso expresionista, sino un método equilibrado entre deseo y reflexión.  ​ Las pinturas de Daniela Achoyan son un testimonio de resistencia, que emerge indemne de los desafíos históricos a los que la historia del arte ha sometido al medio desde finales del siglo XIX. Su obra, como un lenguaje complejo y exquisito, ostenta audazmente la belleza y nace de fuerzas reales e inmateriales.